sábado, 8 de septiembre de 2012

El Milagro de Donny Morton... Gloria a Dios! Léalo hermano...


 

...Y ellos llamaron para tratar de encontrarme en dónde estaba yo, en–en América todavía. Y yo estaba en Costa Mesa, California. Y es un...El artículo, cuando Uds. lo lean, estén listos para llorar. Simplemente quebrantará su corazón. Cómo él pasó a través de ventiscas de nieve y todo lo demás con el niño. El dijo: “Ten cuidado, Donny”. Dijo: “Mira, no estamos derrotados”. Y el muchachito ni siquiera podía sonreír, casi, él estaba tan enfermo. Dijo: “No estamos derrotados, le vamos a pedir a Dios. Vamos al profeta de Dios y le preguntaremos a él”...   (WILLIAM BRANHAM, 9 DE JUNIO DE 1953)

Historia de la lucha desesperada de un padre 
por la salud de su hijo
El milagro de Donny Morton

Por Alma Edwards Smith (Selecciones, Reader's Digest, Noviembre de 1952)

En mísera granja de los términos de Archerwill, pueblecillo enclavado en los fríos matorrales del norte de la provincia canadiense de Saskatchewan, vive Arturo Morton, el campesino cuyos desesperados esfuerzos en busca del milagro que salvase a su hijo Donny, niño de cuatro años aquejado de mortal dolencia del cerebro, es epopeya resplandeciente de abnegación, de fe y de valor.

Cuando Donny vino al mundo, el 25 de abril de 1947, Arturo y su esposa Ella tenían ya dos hijos, niño y niña. Pero hubo desde el primer momento una viva y particular simpatía entre el padre y este nuevo hijo. Juntos se les veía casi siempre, ya trabajase Arturo en la granja o el huerto, ya fuese a visitar a algún vecino.
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 ̶ Donny no era como éstos­  ̶ dice Ella mirando tiernamente a sus otros hijos­  ̶ . A éstos les dan rabietas y viven inventando travesuras. Donny, en cambio, estaba siempre tranquilo, contento y conforme. Era sorprendente cómo entendía de bromas ese chiquitín. ¡Había que verle echarse reír cuando le gastábamos cualquier chanza!

Contaba Donny dos años cuando sus padres notaron un día que cojeaba al andar. Lo llevaron a Archerwill, distante 20 kilómetros de la granja, a que lo viese el médico. Pero según explica Artur Morton: “La cojera se le presentaba sólo después de la siesta. En lo que tardamos en llegar al pueblo, le había desaparecido, y el médico no pudo encontrarle nada”

Llegó el invierno y la granja quedó aislada del resto del mundo. La cojera de Donny fue empeorando semana tras semana; y él, que hasta entonces había sido un niño sano y robusto, empezó a enflaquecer. Hacia fines del invierno los alarmados padres advirtieron que cuando trataba de alcanzar algún objeto la mano del niño erraba por centímetros. Tampoco atinaba el niño a manejar sus juguetes, y tropezaba con los muebles al ir de una parte a otra.

Le sobrevino después una fuerte infección intestinal. En su consternación, los padres decidieron arriesgar el viaje al Hospital de Rose Valley, 17 kilómetros más allá de Archerwill.

Una cruda noche de invierno, después de haber ordeñado las vacas y atendido a otros quehaceres de la granja, enganchó Arturo Morton el trineo para emprender la jornada por escabroso camino que obstruía la nieve. Hacía un frío intenso.

Ella Morton sintió desgarrársele el corazón esa noche. Hubiera querido acompañar a su esposo y al pequeñuelo; mas ni día dejar solos a los otros niños, ni su estado ­ ̶ le faltaban pocas semanas para ser madre por cuarta vez­­  ̶  le consentía un viaje como aquel. Hubo de conformarse con envolver muy bien a Donny en mantas calientes; cerciorarse de que había abundante provisión de leña para la estufa de la minúscula caseta improvisada en el trineo; e implorar a Dios que llevase con bien al niño y a Arturo. A un trecho de la granja detuvo éste el trineo para que subiese la vecina que viajaría con ellos y cuidaría del niño en tanto que Arturo guiaba los caballos.

Habían recorrido unos pocos kilómetros cuando a la claridad de la luna que hasta entonces les alumbró el camino sucedió la sombra de súbita borrasca de nieve. Arturo intentó retroceder, pero el camino estaba totalmente obstruido. El viento amenazaba volcar la caseta con todo y trineo.

En momentos en que el riesgo parecía mayor, tuvo Donny una convulsión. Arturo soltó las riendas y se dedicó por entero al enfermo. Cuando el niño acabó por quedarse dormido, la acumulación de nieve era tal que impedía avanzar a los caballos.

En medio de la cegadora ventisca, con la nieve a la cintura, Morton animó a los animales, sostuvo el tambaleante trineo, e imploró al cielo que la dirección que seguían los llevase al poblado. A eso de las seis de la mañana, por entre las movedizas cortinas de la nieve vio brillar luces a lo lejos. Por no exponer a Donny al viento helado que entraría en la caseta al abrir la puerta, el padre exhausto se agarró a la parte de atrás del trineo, confiado en que los caballos hallarían por sí solos el camino. De lo primero que volvió a darse cuenta después de esto fue de que había en torno suyo gente con linternas y que unos brazos robustos los ayudaban a todos a encontrar calor y abrigo.

Los 17 kilómetros que mediaban entre Archerwill y el hospital de 14 camas de Rose Valley, los recorrieron cómodamente en automóvil, por carretera despejada. El médico opinó que debían hospitalizar a Donny por unos días para observarlo. “Era muy duro dejar al chiquitín allí solo ­ ̶ cuenta Morton ­ ̶ . Pero cuando le dijo que no tardaría en volver por él, sonrió y me dio un beso. Era de fibra el muchachito.”

La permanencia de Donny en el hospital hubo de prolongarse varias semanas. Una pulmonía lo tuvo entre la vida y la muerte. Sin embargo, le alegraron esos días la llegada de la mamá y el nacimiento de una hermanita.

Durante la permanencia de Morton y su mujer en el hospital el médico les manifestó que Donny se hallaba aquejado de una degeneración progresiva del tejido cerebral que le ocasionaría la muerte en el término de seis meses. No había, que el médico supiese, tratamiento capaz de contener el mal. Aconsejó a los padres que dejasen hospitalizado al niño, pero ninguno de los dos quiso pensar siquiera en esto. No bien estuvo Ella restablecida, se volvieron a la granja con Donny. El niño era presa de espasmos y de frecuentes convulsiones, y experimentaba tal dificultad para tragar que casi no pasaba alimento.

La mamá empezó a darle cada 20 minutos más o menos unas cucharadas de papilla o de cereales cocidos, con lo que aumentó un poquito de peso. No podía andar pero sí gateaba con gran ligereza. Pasaba ratos muy placenteros jugando y riendo con los de su casa. Cuando los caminos se hicieron transitables, gustaba de que lo llevaran a la iglesia.

Pero la mejoría fue pasajera. “Lo más difícil de sufrir durante esas semanas dice Ella Morton ­ ̶ era ver cómo Donny, que había sido una criatura tan robusta, iba retrocediendo hasta ser otra vez como un nene. Al cabo de poco tiempo, la hermanita recién nacida comía más que él”.

Vino el verano, y una vez concluidas las faenas de la cosecha, los Morton metieron mano en sus menguados ahorros y llevaron a Donny a Saskatoon, donde pasó de médico en médico. De allí lo llevaron a Regina, a consultar con otros facultativos. El diagnóstico fue siempre el mismo: enfermedad incurable del cerebro que lo iría paralizando gradualmente hasta causarle la muerte.

Los Morton no podían convencerse de que la enfermedad de su hijo fuese incurable. “Cuando nos miraba con aquellos confiados ojos azules comprendíamos que nos era imposible abandonar la lucha por salvarlo,” dicen los dos a una. En abril de 1951 vendieron tres de las ocho vacas que tenían y costearon así el viaje en avión a Rochester. En la Clínica de los Hermanos Mayo, después de detenidos exámenes les dieron un diagnóstico desconsolador.

Un padre casi desesperanzado y un niño más muerto que vivo regresaron a la granja de la pradera canadiense. Pero una vez más, gracias a la tierna y solícita constancia con que la madre lograba a fuerza de ruegos y mimos hacerle tomar un sorbo de zumo de fruta o una cucharada de potaje, el niño mejoró nuevamente.

Entonces Morton se acordó de un sanador por fe, el reverendo William Branham, que había logrado dar maravillosa ayuda a dos amigos aquejados de sordera que habían sido sus compañeros de trabajo años atrás. Los Morton averiguaron que el evangelista se hallaba a la sazón en Costa Mesa, lugar de California cercano a la ciudad de Los Ángeles, donde según era fama estaba devolviendo la salud a los enfermos mediante la oración.

Alentados por nuevas esperanzas los Morton vendieron otras vacas y juntaron así 250 dólares. Tocó a la esposa ver partir como anteriormente al padre tenaz y al hijo confiado, tan débil ahora que apenas sí tenía fuerzas para respirar; tan espantosamente extenuado que sólo pesaba nueve kilos. Arturo llevó 240 dólares para el viaje, y a Ella le quedaron 10 dólares para atender al sustento de la familia. En el aeropuerto donde debía tomar el avión de California, Morton se enteró de que los pasajes importaban el doble del dinero que llevaba consigo.

­                ̶ Todas las personas con quienes hablé me dijeron: “Vuélvase a su casa; ha hecho usted cuanto le era posible” ­ ̶ cuenta Morton­  ̶ . Pero yo miraba entonces al chiquitín que tenía en mis brazos; y él me miraba también como diciéndome: “Tú y yo juntos saldremos adelante;” y no me resignaba a volver a casa.

Así, tomó pasaje en un autobús y dio principio a la jornada que sería larga y angustiosa pesadilla. Eligió el asiento de atrás, donde podía acomodar a Donny con más facilidad en sus brazos, o acostarlo y darle en las extenuadas piernecillas masajes que le mitigasen los espasmos.

No tardaron en agotarse las provisiones que llevaba para el niño. Cuando el autobús paraba en un pueblo le era fácil a Morton reponerlas en la tienda de comestibles. Pero en las ciudades le era forzoso contentarse con los que hubiese en el restaurante de la estación. Las paradas de 20 minutos eran insuficientes para que Morton pudiera procurarse alimentos adecuados para su hijo, lavar los pañales y tomar él mismo un bocado. Así sucedería que las más veces proseguía viaje sin haber comido ni bebido.

̶ Como Donny estaba imposibilitado de hablar y hasta de llorar, no tenía modo de avisarme cuando sentía dolor o quería algo  ̶ cuenta el sencillo Morton  ̶ . Era menester que estuviese pendiente de él en todo momento. Viéndolo inquieto, procuraba adivinar lo que le sucedía. Al cabo de muchos tanteos llegué a ponerme tan diestro que acertaba la mayor parte de las veces.

No obstante sus innumerables penalidades, Morton recuerda hoy con agrado ese recorrido de 4500 kilómetros en autobús.

̶ Nos sentíamos tan unidos  ̶  dice ̶ . Aunque Donny no podía sonreír, cuando le hablaba de las cosas divertidas que nos pasaban en el camino le brillaban los ojos, y pensaba yo entonces que aun cuando no se realizara el milagro, ambos nos sentiríamos más consolados que si él se hubiese quedado en el hospital aguardando la muerte.

Arturo Morton llegó a Los Ángeles en junio de 1951, a los 18 meses de haber desahuciado los médicos a Donny. La inquebrantable fe que lo sostuviera en medio de tantas adversidades empezó a verse recompensada. Desorientado,  pidió a la Sociedad de Ayuda a los Viajeros que lo encaminase al lugar donde se hallaba el reverendo Branham. Allí telefonearon al Times de Los Ángeles.

̶ ¿Cómo pudo ocurrírsele a ese hombre venir desde tan lejos?  ̶  preguntó el director del Times.

̶  Porque ese hombre tiene fe en Dios  ̶  le contestaron  ̶  y cree que si Él ha sanado a otros sanará también a su hijo.

¡Era un caso extraordinario y admirable de fe y de abnegación! El Times comisionó inmediatamente a un repórter para que llevase en automóvil a Morton y al niño a la reunión del evangelista de Costa Mesa.

A la puerta de la carpa donde se celebraba la reunión había muchos esperando turno para una entrevista con el hombre de quien esperaban su curación; mas al ver a ese padre macilento que llevaba en brazos el consumido cuerpecillo del niño, todos se apartaron haciéndole señas a Morton de que pasase antes que ellos.

El evangelista no hizo pregunta alguna. Detuvo la mirada en los abiertos ojos azules de Donny; reparó luego en el cuerpecillo enflaquecido y deformado. “Su hijo padece de una grave enfermedad del cerebro  ̶  dijo a Morton  ̶ . Pero no desespere. La fe en Dios y la ayuda de los médicos salvarán la vida de su hijo.”  En seguida, en tanto que 2700 personas inclinaban reverentes la cabezo, oró implorando de Dios la curación del enfermo. Por primera vez en varias semanas Donny sonrió.

Y sucedió lo increíble. El ansiado milagro empezó a cumplirse. Entre las cartas recibidas en el Times después de haberse publicado la noticia de la peregrinación de Morton y su hijo, se contó la de una especialista en fisioterapia y puericultura. Después de aconsejar a Morton que acudiese al doctor William T. Grant, notable cirujano de Pasadena a quien la autora de la carta debía el haber recobrado la salud después de tres años de invalidez debida a una lesión cerebral, concluía la especialista ofreciendo pagar lo que cobrase el facultativo.

Morton recordará mientras viva las palabras del médico después del examen: “ Creo que el caso dista mucho de ser incurable, si el niño resiste la operación.”

Esa misma noche ingresó Donny en el Hospital de San Lucas en Pasadena: Dudosos de que aquél niño desnutrido y deshidratado pudiera sobrevivir, un pequeño ejército de especialistas, con tanques de oxígeno, sangre para trasfusión y equipo de emergencia, estuvo de vigilancia durante la delicada operación que se llevó a cabo la mañana siguiente.

Horas después sacaban de la sala de operaciones la camilla en que reposaba Donny ¡todavía con vida! Caminando lleno de alegría al lado de la camilla, Arturo Morton devoraba con la vista la carita del niño, en que una expresión de reposo sustituía ahora la de la dolorosa tensión.

El médico advirtió a Morton que le aguardaban aún días muy difíciles. Era menester someter al niño a nuevas operaciones, y aunque los cirujanos prestarían sus servicios gratuitamente había que darle medicamentos costosos. Morton estrechó con efusivo agradecimiento la mano del médico y murmuró sonriendo:  ­ ̶  No sé cómo, pero conseguiré el dinero: se lo prometo. Después de haber visto este milagro no es difícil creer otro más.

En respuesta a numerosas llamadas telefónicas al cirujano que había operado a Donny hizo publicar la siguiente declaración: “El niño tenía un hidroma subdural: bolsa de líquido claro que comprime el cerebro. Esta mañana se practicaron en el cráneo aberturas a derecha e izquierda que dieron salida a un hidroma de tamaño mediano. El paciente resistió bien la operación.”

Las agencias de noticias comunicaron el suceso a todo el país. Llovieron en el hospital y en el diario cartas de admiración, de simpatía, de aliento. En la mayoría de ellas incluían los firmantes cheques o billetes para contribuir a los crecidos gastos de asistencia. Ni por un instante solicitó Morton ayuda monetaria.

Las miradas de una ciudad artificiosa y frívola se detuvieron ante el cuadro de un niño moribundo, de ojos confiados y débil sonrisa, y un padre que agobiado por la pobreza acunaba en sus brazos al niño y se aferraba a la creencia de que Dios es todo bondad para con sus criaturas. Y el corazón de la ciudad se enterneció, caldeado por el deseo de socorrer a esos forasteros. Fue tal el cúmulo de llamadas telefónicas y de cartas relativas a Donny Morton que el hospital tuvo que asignar empleados especiales que se encargasen de darles respuesta.

“La semana pasada,” decía Morton, “llegamos a un país y una ciudad completamente extraños, en que no conocíamos un alma. Ahora se me acerca la gente en la calle, me saluda con un apretón de manos y me pregunta: ¿Cómo sigue el muchacho? Y cuando se aleja, me mira la mano y veo que me ha deslizado dinero al estrechármela.”

En esos días de angustiosa expectación Morton no se separó de la cabecera de su hijo, al cual procuraba animar hablándole casi de continuo. Cuando estaba despierto, el niño no apartaba la mirada del semblante de su padre; al quedarse dormido retenía su mano en la suya.

La crisis sobrevino el sábado por la noche. Donny pareció debilitarse e inmediatamente avisaron a los médicos. Pero de nuevo obraron conjuntamente la fe de un padre y los maravillosos recursos de la ciencia médica moderna para reanimar la tenue llama de una vida próxima a hundirse en las sombras de la muerte. Bañaban la ciudad las primeras claridades del alba cuando Donny quedó sumido en apacible sueño reparador. El acongojado personal del San Lucas oró en acción de gracias.

Llegó por fin el día feliz en que el médico manifestó con prudente optimismo: “Donny Morton recobrará la salud.” El Times de Los Ángeles pidió comunicación telefónica con Archerwill. “Donny recobrará la salud  ̶  dijo Morton a su mujer que lo oía a 4500 kilómetros de distancia  ̶ . Pesa ahora 10 kilos.” Solamente sollozos pudo expresar la madre el júbilo y el alivio que sentía.

A fin de aliviar la presión fue menester una segunda operación, que duró seis horas. A esto siguió nueva y larga vigilia. Cuando el niño empezaba a desasosegarse Morton tomaba en la suya la insegura manecita infantil y murmuraba: “Estoy aquí, Donny, estoy aquí.” Los médicos estimaban que la presencia constante del padre era factor importante para que el niño sobreviviera.

Juzgando que nada contribuiría  tanto a levantar el ánimo de un chiquitín al que iban a someter a una tercera operación del cerebro como tener cerca a la mamá, una empresa de aviación le dio pasaje a Ella Morton hasta Los Ángeles. Una persona de la familia se encargó de los otros niños. Vecinos generosos de Saskatchewan ofrecieron hacer la recolección del heno. A los cuatro días de haberlo operado por tercera vez los médicos declararon a Donny fuera de peligro.

A mediados de septiembre hubo en el solario del Hospital de San Lucas animada reunión de despedida. Los primeros resultados de las operaciones a que habían sometido a Donny se manifestaban en que el niño podía ahora sentarse y tender los brazos a sus padres. Pesaba 16 kilos. Pero aún sería necesaria una cuarta intervención quirúrgica y muchas semanas de costosos tratamientos, porque tenía seriamente atrofiados  los músculos de las piernas y encogidos los tendones a causa de su larga inactividad. Arturo Morton y su mujer emprendieron viaje de regreso a la granja, dejando a Donny en las manos competentes de la especialista en fisioterapia que desde un principio se mostró tan dispuesta a socorrerlo.

Una radioemisora canadiense inició el “Fondo de Donny Morton,” destinado a costearle al niño los tratamientos que necesitaba para recobrar el uso de las piernas. Los chiquillos aportaron los centavos de sus alcancías; un ciego dono cinco dólares; dos huérfanos el dinero que les habían regalado en su cumpleaños. Se reunieron por fin arriba de 900 dólares, que no eran limosna dada al infortunio sino homenaje de admiración a la fe y el valor de un padre.

A fines de octubre informó la radio que Arturo Morton salía en avión para California, llamado de urgencia a la cabecera de su hijo. Por trágica ironía del destino, tras de haber sobrevivido a cuatro graves operaciones del cerebro Donny Morton contrajo pulmonía.

Retiraron la tienda de oxígeno y Morton acercó el angustiado semblante al del niño en tanto que decía: “Donny, aquí está tu papá. Ánimo, chiquillo, vamos a salir adelante lo mismo que otras veces.”

Pero el 2 de noviembre falleció Donny durante el sueño, víctima de una inexorable complicación de pulmonía y meningitis.

Los escépticos dirán: “¿Lo están viendo ustedes? ¡En el siglo XX no hay milagros!” Pero se equivocan. El milagro que imploraba Arturo Morton  ̶  la salud de su hijo  ̶  no le fue concedido. Mas del empeño con que lo buscaba se originó otro milagro. La abnegada peregrinación de ese campesino de Saskatchewan, la fe inconmovible que lo llevó a atravesar media América del Norte, hicieron palpitar de emoción miles de corazones. Está ya en proyecto la construcción de un ala en el Hospital de San Lucas que se destinará a fomentar nuevos adelantos en la cirugía cerebral de los niños. Se habla de editar un libro y filmar una película que den mayor difusión a la historia de Donny Morton. Arturo y su esposa han destinado de antemano hasta el último dólar que en esto les corresponda al socorro de niños cuyos padres no estén en condiciones de costearles atención médica.

El cirujano de Pasadena que operó a Donny se expresa así: “Donny Morton ha muerto, y podría pensarse que la lucha tenaz del niño y de su padre no alcanzó la justa recompensa. Pero el caso de ese niño pudo de manifiesto que hay centenares  de Donny Mortons; y algunos de esos casos de los que se ha tenido conocimiento se hallan ya en vías de curación. La abnegada constancia de Arturo Morton no salvó, es verdad, la vida de su pequeñuelo; mas sí abrió el camino para que muchos otros enfermos reciban tratamiento adecuado.”


3 comentarios:

  1. Gloria a Dios, siempre vamos a obtener una bendición de parte del Señor, perseverantes y firmes en la fe, un verdadero testimonio de ese pequeño y su padre, El Señor siempre hace maravillas y su obra siempre es perfecta.
    Las lágrimas opacaron la pantalla al leerlo, pero experiencias como estas, deberian aumentar nuestra fe y así obtener la propia. Dios les bendiga.

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  2. Dios le bendiga, me gustaría tener la traducción completa, es posible obtenerla? Gracias, bendiciones.

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