Había un
hombre y una mujer, esposo y esposa que se estaban separando. Y ellos
intentaron reconciliarse; fueron al siquiatra para ver si él podía compaginar
sus mentes, pero él no pudo. Acudieron a cuanta cosa les vino a la mente, para
procurar permanecer juntos, pero sólo discutían y continuamente estaban
divididos. Y sencillamente no se soportaban el uno al otro, y no toleraban
estar en la presencia el uno del otro, y terminaban discutiendo. Por lo tanto,
decidieron en el divorcio.
Entonces
contrataron un abogado, para que les consiguiera el divorcio. Y él dijo:
"Ahora, antes de que lo hagamos", dijo, "venderemos la casa".
Y dijo: "Más vale que vayan y se repartan las cosas antes que reciban el
divorcio, y se venda la casa".
Así es que el esposo y la esposa se fueron juntos. Fueron a la casa. Y
entraron en la sala, y ella dijo: "Yo me quedaré con esto".
Y él dijo: "¡Yo me quedaré con
esto!".
Y discutieron, y se gritaron, portándose así el uno
contra el otro. Después de un rato, decían: "Bueno, te doy esto si aceptas
esto". Muy bien, eso continuó por un rato. Entonces entraron a la sala y a
diferentes lugares, y a la cocina, y a la recámara. Así se repartieron las
cosas.
Y finalmente
recordaron que había algunas cosas en el desván. Entonces subieron al desván y
sacaron un viejo baúl. Y empezaron a sacar diferentes cosas, decían:
"Quédate con esto, y quédate tú con esto". Y finalmente, ambos
fijaron sus ojos en un pequeño objeto, y ambos lo agarraron. Y se miraron el
uno al otro. ¿Qué era? Un par de zapatitos blancos, que pertenecieron a un bebé
que había muerto. Era parte de los dos. Allí, con sus manos firmemente
aferradas así sobre los zapatos de este bebé. . .
Realmente ¿a quién le pertenecían?
¿De quién eran? Les pertenecían a ambos. Ellos tenían cosas en común.
A los pocos
momentos, mirándose el uno al otro, lágrimas comenzaron a rodar por sus
mejillas. ¿Qué era? Podían repartir todo lo demás, excepto cuando llegaron a
algo que tenían en común: el niño (y él estaba en el Cielo), entonces la pelea
terminó. Pasados unos minutos estaban abrazados. El divorcio terminó; la paz
reinó.
Y hermanos,
permítanme decirles esto en esta noche. No buscamos que ustedes se unan a una
iglesia. Pero sí estoy pidiéndoles esto: Hay una cosa que tenemos en común, es
a Jesucristo. Él es aquello en común para nosotros. No todos podemos ser
bautistas; no todos podemos ser metodistas; no todos podemos ser unitarios, o
de tres, o lo que sea; no podemos ser eso. Pero hay una cosa que tenemos en
común, ésa es el ofrecimiento del perdón de Dios: Su Hijo, Jesucristo. Nosotros
tenemos todas las cosas en Él.
Pero eso es lo
primero que debemos aceptar. Luego podemos obtener otras cosas, una vez que
aceptamos el perdón que Dios nos ha ofrecido. Y eso no será a través de nuestro
sistema educacional, o a través de nuestro sistema denominacional, sino que
será por medio de la Sangre de Jesucristo. Todos podemos reunirnos allí bajo la
cruz y ser uno y tener cosas en común. ¿Creen ustedes eso? (La congregación dice:
"Amén") Inclinemos nuestros rostros por un momento mientras
oramos.
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