Le
sobrevino después una fuerte infección intestinal. En su consternación, los
padres decidieron arriesgar el viaje al Hospital de Rose Valley, 17 kilómetros
más allá de Archerwill.
Una cruda
noche de invierno, después de haber ordeñado las vacas y atendido a otros
quehaceres de la granja, enganchó Arturo Morton el trineo para emprender la
jornada por escabroso camino que obstruía la nieve. Hacía un frío intenso.
Ella
Morton sintió desgarrársele el corazón esa noche. Hubiera querido acompañar a
su esposo y al pequeñuelo; mas ni día dejar solos a los otros niños, ni su
estado ̶ le faltaban pocas semanas para ser madre por cuarta vez ̶ le
consentía un viaje como aquel. Hubo de conformarse con envolver muy bien a
Donny en mantas calientes; cerciorarse de que había abundante provisión de leña
para la estufa de la minúscula caseta improvisada en el trineo; e implorar a
Dios que llevase con bien al niño y a Arturo. A un trecho de la granja detuvo
éste el trineo para que subiese la vecina que viajaría con ellos y cuidaría del
niño en tanto que Arturo guiaba los caballos.
Habían recorrido
unos pocos kilómetros cuando a la claridad de la luna que hasta entonces les
alumbró el camino sucedió la sombra de súbita borrasca de nieve. Arturo intentó
retroceder, pero el camino estaba totalmente obstruido. El viento amenazaba
volcar la caseta con todo y trineo.
En
momentos en que el riesgo parecía mayor, tuvo Donny una convulsión. Arturo
soltó las riendas y se dedicó por entero al enfermo. Cuando el niño acabó por
quedarse dormido, la acumulación de nieve era tal que impedía avanzar a los
caballos.
En medio
de la cegadora ventisca, con la nieve a la cintura, Morton animó a los
animales, sostuvo el tambaleante trineo, e imploró al cielo que la dirección
que seguían los llevase al poblado. A eso de las seis de la mañana, por entre
las movedizas cortinas de la nieve vio brillar luces a lo lejos. Por no exponer
a Donny al viento helado que entraría en la caseta al abrir la puerta, el padre
exhausto se agarró a la parte de atrás del trineo, confiado en que los caballos
hallarían por sí solos el camino. De lo primero que volvió a darse cuenta
después de esto fue de que había en torno suyo gente con linternas y que unos
brazos robustos los ayudaban a todos a encontrar calor y abrigo.
Los 17
kilómetros que mediaban entre Archerwill y el hospital de 14 camas de Rose
Valley, los recorrieron cómodamente en automóvil, por carretera despejada. El
médico opinó que debían hospitalizar a Donny por unos días para observarlo.
“Era muy duro dejar al chiquitín allí solo ̶ cuenta Morton ̶ . Pero
cuando le dijo que no tardaría en volver por él, sonrió y me dio un beso. Era
de fibra el muchachito.”
La
permanencia de Donny en el hospital hubo de prolongarse varias semanas. Una
pulmonía lo tuvo entre la vida y la muerte. Sin embargo, le alegraron esos días
la llegada de la mamá y el nacimiento de una hermanita.
Durante la
permanencia de Morton y su mujer en el hospital el médico les manifestó que Donny
se hallaba aquejado de una degeneración progresiva del tejido cerebral que le
ocasionaría la muerte en el término de seis meses. No había, que el médico
supiese, tratamiento capaz de contener el mal. Aconsejó a los padres que
dejasen hospitalizado al niño, pero ninguno de los dos quiso pensar siquiera en
esto. No bien estuvo Ella restablecida, se volvieron a la granja con Donny. El
niño era presa de espasmos y de frecuentes convulsiones, y experimentaba tal
dificultad para tragar que casi no pasaba alimento.
La mamá
empezó a darle cada 20 minutos más o menos unas cucharadas de papilla o de
cereales cocidos, con lo que aumentó un poquito de peso. No podía andar pero sí
gateaba con gran ligereza. Pasaba ratos muy placenteros jugando y riendo con
los de su casa. Cuando los caminos se hicieron transitables, gustaba de que lo
llevaran a la iglesia.
Pero la
mejoría fue pasajera. “Lo más difícil de sufrir durante esas semanas dice Ella
Morton ̶ era ver cómo Donny, que había sido una criatura tan robusta, iba
retrocediendo hasta ser otra vez como un nene. Al cabo de poco tiempo, la
hermanita recién nacida comía más que él”.
Vino el
verano, y una vez concluidas las faenas de la cosecha, los Morton metieron mano
en sus menguados ahorros y llevaron a Donny a Saskatoon, donde pasó de médico
en médico. De allí lo llevaron a Regina, a consultar con otros facultativos. El
diagnóstico fue siempre el mismo: enfermedad incurable del cerebro que lo iría
paralizando gradualmente hasta causarle la muerte.
Los Morton
no podían convencerse de que la enfermedad de su hijo fuese incurable. “Cuando nos miraba con
aquellos confiados ojos azules comprendíamos que nos era imposible abandonar la
lucha por salvarlo,” dicen los dos a una. En abril de 1951 vendieron tres de
las ocho vacas que tenían y costearon así el viaje en avión a Rochester. En la
Clínica de los Hermanos Mayo, después de detenidos exámenes les dieron un
diagnóstico desconsolador.
Un padre
casi desesperanzado y un niño más muerto que vivo regresaron a la granja de la
pradera canadiense. Pero una vez más, gracias a la tierna y solícita constancia
con que la madre lograba a fuerza de ruegos y mimos hacerle tomar un sorbo de
zumo de fruta o una cucharada de potaje, el niño mejoró nuevamente.
Entonces
Morton se acordó de un sanador por fe, el reverendo William Branham, que había
logrado dar maravillosa ayuda a dos amigos aquejados de sordera que habían sido
sus compañeros de trabajo años atrás. Los Morton averiguaron que el evangelista
se hallaba a la sazón en Costa Mesa, lugar de California cercano a la ciudad de
Los Ángeles, donde según era fama estaba devolviendo la salud a los enfermos mediante
la oración.
Alentados
por nuevas esperanzas los Morton vendieron otras vacas y juntaron así 250
dólares. Tocó a la esposa ver partir como anteriormente al padre tenaz y al
hijo confiado, tan débil ahora que apenas sí tenía fuerzas para respirar; tan
espantosamente extenuado que sólo pesaba nueve kilos. Arturo llevó 240 dólares
para el viaje, y a Ella le quedaron 10 dólares para atender al sustento de la
familia. En el aeropuerto donde debía tomar el avión de California, Morton se
enteró de que los pasajes importaban el doble del dinero que llevaba consigo.
̶
Todas las personas con quienes hablé me dijeron: “Vuélvase a su casa; ha hecho
usted cuanto le era posible” ̶ cuenta Morton ̶ . Pero yo miraba entonces al chiquitín que
tenía en mis brazos; y él me miraba también como diciéndome: “Tú y yo juntos
saldremos adelante;” y no me resignaba a volver a casa.
Así, tomó
pasaje en un autobús y dio principio a la jornada que sería larga y angustiosa
pesadilla. Eligió el asiento de atrás, donde podía acomodar a Donny con más
facilidad en sus brazos, o acostarlo y darle en las extenuadas piernecillas
masajes que le mitigasen los espasmos.
No
tardaron en agotarse las provisiones que llevaba para el niño. Cuando el
autobús paraba en un pueblo le era fácil a Morton reponerlas en la tienda de
comestibles. Pero en las ciudades le era forzoso contentarse con los que
hubiese en el restaurante de la estación. Las paradas de 20 minutos eran
insuficientes para que Morton pudiera procurarse alimentos adecuados para su
hijo, lavar los pañales y tomar él mismo un bocado. Así sucedería que las más
veces proseguía viaje sin haber comido ni bebido.
̶ Como
Donny estaba imposibilitado de hablar y hasta de llorar, no tenía modo de
avisarme cuando sentía dolor o quería algo ̶ cuenta el sencillo Morton ̶ . Era menester que estuviese pendiente de él
en todo momento. Viéndolo inquieto, procuraba adivinar lo que le sucedía. Al
cabo de muchos tanteos llegué a ponerme tan diestro que acertaba la mayor parte
de las veces.
No
obstante sus innumerables penalidades, Morton recuerda hoy con agrado ese
recorrido de 4500 kilómetros en autobús.
̶ Nos
sentíamos tan unidos ̶ dice ̶ . Aunque Donny no podía sonreír,
cuando le hablaba de las cosas divertidas que nos pasaban en el camino le
brillaban los ojos, y pensaba yo entonces que aun cuando no se realizara el
milagro, ambos nos sentiríamos más consolados que si él se hubiese quedado en
el hospital aguardando la muerte.
Arturo
Morton llegó a Los Ángeles en junio de 1951, a los 18 meses de haber
desahuciado los médicos a Donny. La inquebrantable fe que lo sostuviera en
medio de tantas adversidades empezó a verse recompensada. Desorientado, pidió a la Sociedad de Ayuda a los Viajeros
que lo encaminase al lugar donde se hallaba el reverendo Branham. Allí
telefonearon al Times de Los Ángeles.
̶ ¿Cómo
pudo ocurrírsele a ese hombre venir desde tan lejos? ̶
preguntó el director del Times.
̶ Porque ese hombre tiene fe en Dios ̶ le
contestaron ̶ y cree que si Él ha sanado a otros sanará
también a su hijo.
¡Era un
caso extraordinario y admirable de fe y de abnegación! El Times comisionó inmediatamente a un repórter para que llevase en
automóvil a Morton y al niño a la reunión del evangelista de Costa Mesa.
A la
puerta de la carpa donde se celebraba la reunión había muchos esperando turno
para una entrevista con el hombre de quien esperaban su curación; mas al ver a
ese padre macilento que llevaba en brazos el consumido cuerpecillo del niño,
todos se apartaron haciéndole señas a Morton de que pasase antes que ellos.
El
evangelista no hizo pregunta alguna. Detuvo la mirada en los abiertos ojos
azules de Donny; reparó luego en el cuerpecillo enflaquecido y deformado. “Su
hijo padece de una grave enfermedad del cerebro ̶ dijo
a Morton ̶ . Pero no desespere. La fe en Dios y
la ayuda de los médicos salvarán la vida de su hijo.” En seguida, en tanto que 2700 personas
inclinaban reverentes la cabezo, oró implorando de Dios la curación del
enfermo. Por primera vez en varias semanas Donny sonrió.
Y sucedió
lo increíble. El ansiado milagro empezó a cumplirse. Entre las cartas recibidas
en el Times después de haberse
publicado la noticia de la peregrinación de Morton y su hijo, se contó la de
una especialista en fisioterapia y puericultura. Después de aconsejar a Morton
que acudiese al doctor William T. Grant, notable cirujano de Pasadena a quien
la autora de la carta debía el haber recobrado la salud después de tres años de
invalidez debida a una lesión cerebral, concluía la especialista ofreciendo
pagar lo que cobrase el facultativo.
Morton
recordará mientras viva las palabras del médico después del examen: “ Creo que
el caso dista mucho de ser incurable, si el niño resiste la operación.”
Esa misma
noche ingresó Donny en el Hospital de San Lucas en Pasadena: Dudosos de que
aquél niño desnutrido y deshidratado pudiera sobrevivir, un pequeño ejército de
especialistas, con tanques de oxígeno, sangre para trasfusión y equipo de
emergencia, estuvo de vigilancia durante la delicada operación que se llevó a
cabo la mañana siguiente.
Horas
después sacaban de la sala de operaciones la camilla en que reposaba Donny
¡todavía con vida! Caminando lleno de alegría al lado de la camilla, Arturo
Morton devoraba con la vista la carita del niño, en que una expresión de reposo
sustituía ahora la de la dolorosa tensión.
El médico
advirtió a Morton que le aguardaban aún días muy difíciles. Era menester
someter al niño a nuevas operaciones, y aunque los cirujanos prestarían sus
servicios gratuitamente había que darle medicamentos costosos. Morton estrechó
con efusivo agradecimiento la mano del médico y murmuró sonriendo: ̶
No sé cómo, pero conseguiré el dinero: se lo prometo. Después de haber
visto este milagro no es difícil creer otro más.
En
respuesta a numerosas llamadas telefónicas al cirujano que había operado a Donny
hizo publicar la siguiente declaración: “El niño tenía un hidroma subdural:
bolsa de líquido claro que comprime el cerebro. Esta mañana se practicaron en
el cráneo aberturas a derecha e izquierda que dieron salida a un hidroma de
tamaño mediano. El paciente resistió bien la operación.”
Las
agencias de noticias comunicaron el suceso a todo el país. Llovieron en el
hospital y en el diario cartas de admiración, de simpatía, de aliento. En la
mayoría de ellas incluían los firmantes cheques o billetes para contribuir a
los crecidos gastos de asistencia. Ni por un instante solicitó Morton ayuda
monetaria.
Las
miradas de una ciudad artificiosa y frívola se detuvieron ante el cuadro de un
niño moribundo, de ojos confiados y débil sonrisa, y un padre que agobiado por
la pobreza acunaba en sus brazos al niño y se aferraba a la creencia de que
Dios es todo bondad para con sus criaturas. Y el corazón de la ciudad se
enterneció, caldeado por el deseo de socorrer a esos forasteros. Fue tal el
cúmulo de llamadas telefónicas y de cartas relativas a Donny Morton que el
hospital tuvo que asignar empleados especiales que se encargasen de darles
respuesta.
“La semana pasada,” decía Morton,
“llegamos a un país y una ciudad completamente extraños, en que no conocíamos
un alma. Ahora se me acerca la gente en la calle, me saluda con un apretón de
manos y me pregunta: ¿Cómo sigue el
muchacho? Y cuando se aleja, me mira la mano y veo que me ha deslizado
dinero al estrechármela.”
En esos
días de angustiosa expectación Morton no se separó de la cabecera de su hijo,
al cual procuraba animar hablándole casi de continuo. Cuando estaba despierto,
el niño no apartaba la mirada del semblante de su padre; al quedarse dormido
retenía su mano en la suya.
La crisis
sobrevino el sábado por la noche. Donny pareció debilitarse e inmediatamente
avisaron a los médicos. Pero de nuevo obraron conjuntamente la fe de un padre y
los maravillosos recursos de la ciencia médica moderna para reanimar la tenue
llama de una vida próxima a hundirse en las sombras de la muerte. Bañaban la
ciudad las primeras claridades del alba cuando Donny quedó sumido en apacible
sueño reparador. El acongojado personal del San Lucas oró en acción de gracias.
Llegó por
fin el día feliz en que el médico manifestó con prudente optimismo: “Donny
Morton recobrará la salud.” El Times de
Los Ángeles pidió comunicación telefónica con Archerwill. “Donny recobrará la
salud ̶
dijo Morton a su mujer que lo oía a 4500 kilómetros de distancia ̶ . Pesa ahora 10 kilos.” Solamente sollozos
pudo expresar la madre el júbilo y el alivio que sentía.
A fin de
aliviar la presión fue menester una segunda operación, que duró seis horas. A
esto siguió nueva y larga vigilia. Cuando el niño empezaba a desasosegarse
Morton tomaba en la suya la insegura manecita infantil y murmuraba: “Estoy
aquí, Donny, estoy aquí.” Los médicos estimaban que la presencia constante del
padre era factor importante para que el niño sobreviviera.
Juzgando
que nada contribuiría tanto a levantar
el ánimo de un chiquitín al que iban a someter a una tercera operación del
cerebro como tener cerca a la mamá, una empresa de aviación le dio pasaje a
Ella Morton hasta Los Ángeles. Una persona de la familia se encargó de los
otros niños. Vecinos generosos de Saskatchewan ofrecieron hacer la recolección
del heno. A los cuatro días de haberlo operado por tercera vez los médicos
declararon a Donny fuera de peligro.
A mediados
de septiembre hubo en el solario del Hospital de San Lucas animada reunión de
despedida. Los primeros resultados de las operaciones a que habían sometido a
Donny se manifestaban en que el niño podía ahora sentarse y tender los brazos a
sus padres. Pesaba 16 kilos. Pero aún sería necesaria una cuarta intervención
quirúrgica y muchas semanas de costosos tratamientos, porque tenía seriamente
atrofiados los músculos de las piernas y
encogidos los tendones a causa de su larga inactividad. Arturo Morton y su
mujer emprendieron viaje de regreso a la granja, dejando a Donny en las manos
competentes de la especialista en fisioterapia que desde un principio se mostró
tan dispuesta a socorrerlo.
Una
radioemisora canadiense inició el “Fondo de Donny Morton,” destinado a
costearle al niño los tratamientos que necesitaba para recobrar el uso de las
piernas. Los chiquillos aportaron los centavos de sus alcancías; un ciego dono
cinco dólares; dos huérfanos el dinero que les habían regalado en su
cumpleaños. Se reunieron por fin arriba de 900 dólares, que no eran limosna
dada al infortunio sino homenaje de admiración a la fe y el valor de un padre.
A fines de
octubre informó la radio que Arturo Morton salía en avión para California,
llamado de urgencia a la cabecera de su hijo. Por trágica ironía del destino,
tras de haber sobrevivido a cuatro graves operaciones del cerebro Donny Morton
contrajo pulmonía.
Retiraron
la tienda de oxígeno y Morton acercó el angustiado semblante al del niño en
tanto que decía: “Donny, aquí está tu papá. Ánimo, chiquillo, vamos a salir
adelante lo mismo que otras veces.”
Pero el 2
de noviembre falleció Donny durante el sueño, víctima de una inexorable
complicación de pulmonía y meningitis.
Los
escépticos dirán: “¿Lo están viendo ustedes? ¡En el siglo XX no hay milagros!”
Pero se equivocan. El milagro que imploraba Arturo Morton ̶ la
salud de su hijo ̶ no le fue concedido. Mas del empeño con que
lo buscaba se originó otro milagro. La abnegada peregrinación de ese campesino
de Saskatchewan, la fe inconmovible que lo llevó a atravesar media América del
Norte, hicieron palpitar de emoción miles de corazones. Está ya en proyecto la
construcción de un ala en el Hospital de San Lucas que se destinará a fomentar
nuevos adelantos en la cirugía cerebral de los niños. Se habla de editar un
libro y filmar una película que den mayor difusión a la historia de Donny
Morton. Arturo y su esposa han destinado de antemano hasta el último dólar que
en esto les corresponda al socorro de niños cuyos padres no estén en condiciones
de costearles atención médica.
El
cirujano de Pasadena que operó a Donny se expresa así: “Donny Morton ha muerto,
y podría pensarse que la lucha tenaz del niño y de su padre no alcanzó la justa
recompensa. Pero el caso de ese niño pudo de manifiesto que hay centenares de Donny Mortons; y algunos de esos casos de
los que se ha tenido conocimiento se hallan ya en vías de curación. La abnegada
constancia de Arturo Morton no salvó, es verdad, la vida de su pequeñuelo; mas
sí abrió el camino para que muchos otros enfermos reciban tratamiento
adecuado.”
Gloria a Dios, siempre vamos a obtener una bendición de parte del Señor, perseverantes y firmes en la fe, un verdadero testimonio de ese pequeño y su padre, El Señor siempre hace maravillas y su obra siempre es perfecta.
ResponderEliminarLas lágrimas opacaron la pantalla al leerlo, pero experiencias como estas, deberian aumentar nuestra fe y así obtener la propia. Dios les bendiga.
Dios le bendiga, me gustaría tener la traducción completa, es posible obtenerla? Gracias, bendiciones.
ResponderEliminarAmém Deus
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